1.Postmodernos
En 1967, Guy Debord (1931-1994) llamó “sociedad del espectáculo” a la sociedad del capitalismo avanzado, cuya naturaleza seductora se concreta en el espectáculo del consumo: “Un momento en el cual la mercancía alcanza la ocupación total de la vida social”; la vida humana se convierte en mercancía, y todo el saber, las ciencias y la tecnología trabajan sin cesar con el objetivo de poner en circulación el capital; situación que también se ha llamado sociedad de la información, del capitalismo global o posmoderna.
En el momento de expansión del capitalismo consumista, la década de los 80, surge también el posmodernismo, movimiento sociocultural y filosófico que se caracteriza por su crítica hacia la modernidad, sus expectativas de progreso y las utopías de emancipación.
Recordemos que los valores de la modernidad (racionalidad, cientificidad y progreso) ya fueron cuestionados por los filósofos de la sospecha (Nietzsche, Marx, Freud), que vieron en ellos un engaño que falseaba la realidad. Sin embargo, los filósofos de la sospecha compartían, además de su afán crítico, el deseo de alcanzar una nueva utopía: la liberación del ser humano mediante la praxis (Marx), la restauración de la fuerza anímica (Nietzsche), la curación espiritual a través del análisis de la psique (Freud). Los graves sucesos del siglo XX cancelaron sus expectativas, a la vez que confirmaron el fracaso del proyecto ilustrado.
Por su parte, los filósofos de la postmodernidad se apresuraron a diagnosticar la enfermedad: en el fondo, dijeron, no hay gran diferencia entre el relato ilustrado de la independencia del hombre por medio del conocimiento y la igualdad, el relato capitalista de la redención de la pobreza a través del desarrollo técnico, y el relato marxista de la emancipación del trabajador por la transformación de las relaciones productivas. Estos y otros “relatos” similares responden a un mismo esquema: son metáforas de la búsqueda incesante de una razón que explique la totalidad.
En 1979, J-F Lyotard (1924-1998) escribió que los “grandes relatos”, tanto los que buscaban el progreso como los que defendían el compromiso social, han dejado de ser creíbles. En su lugar, la postmodernidad se caracteriza por una falta de renovación en todos los campos: artístico, cultural y social. La imposibilidad teórica de otorgar un fundamento legítimo al saber científico o ético ha convertido el conocimiento en un instrumento del poder, abandonado a los intereses del sistema productivo. La política, como espacio de discusión pública (ideal del ágora en la antigua Grecia), ha quedado reducida al dominio de la opinión pública y los medios de comunicación; incapaz de controlar la economía, la política cede a su imperativo, poniendo en peligro el futuro de la humanidad, desde el desastre ecológico hasta la ruptura del lazo social.
Los filósofos posmodernos no proponen una alternativa; se limitan a denunciar la situación. Hay que aceptar, dicen, que no existe ningún relato capaz de legitimar nada en ningún ámbito: ni científico, ni moral, ni social. En tales condiciones (“no podemos saber lo que es el saber”), resulta imposible mantener la vieja idea de una razón reguladora que alcance certezas universales y pueda competir con ventaja con los discursos particulares. La posmodernidad, dice el filósofo italiano G. Vattimo (1936-2003), ha superado las verdades producidas por la modernidad, fuertemente fundamentadas, y ha dado paso al “pensamiento débil” (1983), que según él es propicio a favorecer la tolerancia y la diversidad y se ha desarrollado unido a las producciones multimedia, pero que es efectivamente incapaz de ofrecer propuestas.
Por el momento, la filosofía posmoderna no ha sido capaz de construir una nueva epistemología, un nuevo logos alternativo al de la modernidad. Su aportación se ha limitado a condenar el proyecto ilustrado y a dejarse llevar por el escepticismo.
M. McLuhan (1911-1980) ya había definido la sociedad de la información como una “aldea global”, cuyo motor de fondo es la nueva economía. Con la caída de la Unión Soviética (1991), la ideología dominante interpretó el fin del socialismo como la crónica de un fracaso anunciado, mientras que el triunfo del capitalismo apareció como la justificación histórica del avance sin freno del nuevo imperialismo económico: el neoliberalismo. El carácter expansivo de la globalización, como un fenómeno inevitable que define la sociedad del siglo XXI, pretende legitimarse en las tecnologías de la información y busca su coartada moral en el derecho internacional, la comunicación y la convivencia cultural.
En este mundo-red, donde la información viaja a alta velocidad y las transacciones de todo tipo se producen en tiempo real, los problemas también se aceleran con rapidez:
*El fenómeno de la globalización (mejor llamado capitalismo global, cuya ley sagrada es la competencia, basada en la conquista de mano de obra barata en países terceros y la libertad de mercado) está provocando un “desajuste económico mundial”, señala E. Morin en Tierra patria (1993); una creciente desigualdad en el poder adquisitivo que pone en entredicho la validez del contrato social sobre el que se funda la democracia. Mientras el 20% de la población acumula los beneficios de la globalización económica, el resto del mundo apenas sobrevive precariamente trabajando para los primeros.
*El efecto de esta nueva forma de explotación trasladada fuera de las fronteras del primer mundo, que ha acarreado fuertes desigualdades sociales, está siendo la afluencia sin precedentes de la ciudadanía expoliada del Tercer Mundo, que buscan en Europa la supervivencia. Los movimientos migratorios provocados por este desajuste son demagógicamente utilizados para entablar una confrontación entre nacionalismo e inmigración, un campo de batalla que se apodera cada vez más de la escena política y pone en peligro la paz social.
*El optimismo del proyecto ilustrado ante el progreso científico se revela dudoso a pesar de los logros alcanzados. Por un lado, se ha producido un “desarrollo descontrolado y ciego de la tecnociencia (Morin) que amenaza la integridad del planeta. Por otro, el conocimiento se ve condenado a lo que Lyotard llama en La condición postmoderna (1979) la “tiranía de los expertos”: la ciencia ya no es libre, está dirigida por la política y la economía para responder a planes estratégicos y de eficacia. El último término, el fuerte desarrollo tecnológico se halla estrechamente ligado a una creciente “militarización de la ciencia”, como señala P. Virilio (1932) en El cibermundo, la política de lo peor (1997); el saber está al servicio del poder militar.
*Las comunicaciones dominan el entorno y definen la nueva “ciudad de Dios”, apunta J. Echevarría en Telépolis (1994), un entorno que, según I. Ramonet (Un mundo sin rumbo, 1997), tiene sus mismos atributos: planetario, permanente, inmediato e inmaterial; en su seno ha sido creada su propia ágora virtual donde se gesta la “nueva economía”, el gran mercado de la información y las comunicaciones. En La sociedad teledirigida (G. Sartori. 1997), el homo videns está sustituyendo al homo sapiens, y los medios de comunicación se apropian de la vida social y la dominan.
Dos campos de pensamiento se abren ante la urgencia de una observación crítica: por un lado, resulta necesaria una ética que compatibilice la acción humana con la existencia de la naturaleza y del propio ser humano, como propone H. Jonas(1903-1993) en El principio de responsabilidad (1979); por otro, hay que abordar un análisis intelectual. Profundo y radical, que ponga de relieve los antecedentes y las consecuencias de La cultura del espectáculo (1988) según E. Subirats.
2. Caracteres generales
Modernidad y posmodernidad no son períodos cronológicos, sino formas de pensar, reiteradas cíclicamente a lo largo de la historia. Hemos visto una modernidad a finales del siglo XIV. La modernidad más próxima se extiende de los siglos XVI al XIX. En ella se encuadran las grandes filosofías racionalistas, empiristas e idealistas. Dos de las convicciones fundamentales de esta modernidad puede ilustrar, por contraste, lo que entendemos por posmodernidad:
*La primera convicción moderna acentúa los rasgos compartidos por los seres humanos, vinculados filogenéticamente, hasta tal punto que las aptitudes y facultades individuales- razón y conciencia- son interpretadas como variantes empíricas de un bagaje antropológico substancialmente idéntico.
*La segunda convicción moderna realza el valor autónomo de cada individuo, al que considera dotado de atributos suficientes para conocer el mundo por la ciencia, crear e inventar por las artes, regular su conciencia, ordenar sus conductas, con disposiciones prácticas suficientes para gobernar sus vidas y alcanzar la verdad. Tales capacidades las sintetizó la modernidad bajo el concepto de subjetividad.
Pero son innumerables las experiencias que cuestionan ese optimismo moderno, puesto que tenemos más pruebas de la debilidad que de la fortaleza de nuestra subjetividad. El diagnóstico de esta debilidad es lo que se ha llamado posmodernidad que no busca rehacer el viejo tejido moderno. La posmodernidad no es una filosofía, sino un aire- sano o malsano, según se interprete- que sopla sobre todos los ámbitos. A pesar de su carácter difuso, existen rasgos compartidos:
*Primacía de las relaciones. Se identifican objetos, personas o cosas por el trenzado de sus conexiones y enlaces, la entidad individual se considera derivación, y no origen, atribuyendo significado positivo a la diferencia.
*La aceptación de lo fáctico, de lo que nos toca vivir, activa disposiciones para hacernos cargo de nuestras situaciones concretas. Así, aceptamos como legítimas las peculiaridades sensibles de cada cual, las formas de vida subjetivas.
*Surgimiento del sujeto empírico. Si la modernidad valora en gran medida las capacidades subjetivas, intelectuales y prácticas, entendidas como universales y comunes a todos los seres humanos, la posmodernidad otorga carta de legitimidad exclusiva al sujeto empírico y a la razón individual.
*Deconstrucción de la textualidad. La deconstrucción es una estrategia de análisis y desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual que muestra sus contradicciones, presupuestos y ambigüedades. Los textos, los grandes libros, son valorados como articulación de significantes, a partir de los cuales el acto subjetivo de leer se orienta hacia expectativas o recreación de nuevos sentidos.
*La práctica de metodologías analíticas dirigidas a objetos y campos concretos resultan común, evitando lenguajes y teorías con pretensiones universalizadoras.
*Los valores artísticos deben ser tenidos en cuenta, subjetivamente interpretados, sin cánones estéticos de referencia.
*Las manifestaciones lúdicas, es decir, aquellas no encaminadas a la producción y la utilidad, adquieren importancia como constitutivas del ámbito intelectual y moral.
*El consumo como identificador. Nuestra actualidad se caracteriza por la reciprocidad consumo-producción. Los nuevos productos no son consecuencia de necesidades, sino de la dinámica de su producción. Consecuencia de ello es el fenómeno de la moda, otorgando así valor al devenir y la inestabilidad, de forma que, en gran medida, la identidad individual es una variable de la capacidad para estar a la altura, por el rango que otorgan las posibilidades económicas.
*Pérdida de los fundamentos. Los soportes de pensamiento clásico y modernos son interpretados a la luz del subjetivismo: yo, Dios, naturaleza, razón y verdad no son considerados como referencias absolutas. A la razón no se le reconoce universalidad, aunque sea el fundamento del conocimiento científico moderno.
(C. Fernández Martorell y P. Montaner Lacalle. H. de la Filosofía. Los filósofos y sus textos. Editorial Almadraba. Madrid. 2009. AA.VV. H. de la Filosofía. 2ºbachillerato. Editorial SM Savia. 2016)