H. Arendt (1906-1975) es una de las intelectuales más influyentes del siglo XX. Su vida y su obra estuvieron marcadas por las dos guerras mundiales, el holocausto y el auge de los totalitarismos (Recordemos que el totalitarismo es un régimen político en el que una persona o un partido ejercen un dominio completo sobre la sociedad, estableciendo un nuevo orden moral y social y restringiendo los derechos y libertades): el nazismo en Alemania y el estalinismo en la Rusia soviética. Arendt refirió siempre que su obra fuera clasificada como “teoría política” y rechazó siempre ser calificada como “filósofa”. A pesar de conocer bien la tradición filosófica, su perspectiva con respecto a la política no parte de esta tradición. A su juicio, se trata de una tradición que siempre ha estado distanciada de la política, entendida como aquello que se manifiesta en el espacio público. De hecho, su reflexión se centra exclusivamente en la teoría política, que plasma en sus obras más importantes, entre las que se encuentran Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (1963) y Sobre la vida de la mente (1998).
La obra de Arendt gira en torno al intento de comprender lo que su generación ha vivido en el siglo con mayor avance de la razón en ciencia y tecnología: la irrupción de los totalitarismos, formas políticas radicalmente nuevas en la historia- regímenes que han eliminado absolutamente la política, la esfera pública- que pretenden la dominación total del ser humano y que no pueden ser pensadas con las categorías tradicionales del pensamiento. Es preciso comprender “¿Qué ha sucedido? ¿Por qué sucedió? ¿Cómo ha podido suceder?”.
1.La naturaleza del totalitarismo y sus orígenes
En Los orígenes del totalitarismo, convertido hoy en un clásico sobre el tema, Arendt investiga los orígenes de este fenómeno- no intenta buscar las causas, puesto que, como ocurre con la historia, el totalitarismo ha de ser comprendido y no explicado causalmente-, y encuentra sus raíces en el antisemitismo y el imperialismo. De ahí que divida el libro en tres partes:
*Antisemitismo. A partir de la constitución del Estado-nación a lo largo de los siglos XVIII y XIX, el antisemitismo pasó a basarse en la idea del judío como un cuerpo externo que rompía con la idea de uniformización en una unidad cultural e incluso racial. En algunos casos, como en Alemania, se convirtió en un instrumento eficaz para lograr una cohesión nacional.
*Imperialismo. Consecuencia del desarrollo industrial que forzó el límite territorial del Estado nación, la expansión imperialista hizo posible en las colonias situaciones en que los derechos humanos podían suspenderse en nombre de la raza. Alimentó así un racismo que contribuyó, junto con el antisemitismo, a despojar a los judíos de su estatus legal (antesala para la aniquilación total).
*Totalitarismo. Arendt considera que esta nueva forma política se ha plasmado históricamente en el nazismo alemán y el estalinismo soviético. Son regímenes que no se caracterizan por la ausencia de leyes, como en el caso de la tiranía. Ambos tienen la ambición de crear un “hombre nuevo” resultado de legislar con nuevas leyes que realicen las “leyes de la naturaleza” (a donde lleva el racismo nazi) o las “leyes de la historia” (siguiendo la ideología marxista del estalinismo), justificando así ideológicamente el terror, puesto que se hace necesario eliminar lo que es “perjudicial” para el movimiento.
Para Arendt, estos movimientos se apoyan en el descontento y las dificultades económicas de las masas populares. Una vez en el poder, establecen un sistema de partido único con un líder al que las masas son ciegamente leales (esa lealtad es una de las características fundamentales de los totalitarismos). Supone el hundimiento del sistema de clases marxista: ya no hay clases, sino individuos aislados que no han de pensar, manipulados mediante la propaganda y el terror por unas élites que les dirigen hacia un supuesto futuro glorioso. Al terror y la ideología se añaden los campos de exterminio, donde se cumple el ideal de dominación total experimentando con la eliminación y la humillación de los individuos.
El totalitarismo es la experiencia del “mal radical”, tan absoluto que no hay en la filosofía tradicional categorías que nos permitan comprenderlo. Esta dominación total exige tres fases:
*Matar la persona jurídica: anular al individuo como ciudadano sujeto de derechos, situarlo fuera de la ley.
*Asesinar la persona moral: destruir sus valores morales mediante la manipulación y el terror, corrompiendo toda solidaridad humana y convirtiendo incluso al individuo en cómplice del terror.
*Destruir la individualidad: aniquilar todo rastro de individualidad, convertir al individuo en un número, transformar a los individuos en “especímenes del animal humano”, como ocurría en los campos de concentración.
El totalitarismo consigue así aniquilar la identidad jurídica, la identidad moral y la dignidad humana de los individuos, que quedan aislados, convertidos en “masa” uniformizados. Se suprime así la diferencia entre esfera privada y esfera pública. La consecuencia es que ha desaparecido la política, que consiste justamente en crear una esfera pública común en la que los seres humanos dialogan y llegan a consensos en igualdad de condiciones.
Tras el totalitarismo, se impone una forma de pensar sin categorías previas- “pensar sin barandillas”, como lo define Arendt-, desde el sentido común; poniéndose en el lugar del otro para recuperar la política y evitar que vuelvan a surgir totalitarismos.
2. Pensamiento y acción
En su obra La condición humana, Arendt establece el marco conceptual de su teoría política. No le interesa la naturaleza humana (biológica), sino la condición humana entendida en el sentido existencialista de Sartre: el conjunto de los límites que a priori conforman la situación del ser humano en el universo. La condición humana se caracteriza, para Arendt, por su apertura al mundo, habitado por otros seres humanos. Frente al ser-en-el-mundo de Heidegger, Arendt entiende al ser humano como ser-en-el- mundo- con- otros. Esta apertura se fundamenta en la natalidad, entendida como la capacidad de comenzar algo nuevo. De acción. Por otra parte, el pensamiento es el uso del lenguaje en un diálogo con nosotros mismos que nos permite distanciarnos del mundo y ser libres. El pensamiento nace en el individuo, pero tiene vocación de comunicarse a los demás y de modificar el mundo. De hecho, pensamiento y acción son las características específicas del ser humano y las que hacen posible la pluralidad, otro rasgo distintivo de la humanidad: “cada hombre es único, de tal manera que con cada nacimiento algo singularmente nuevo entra en el mundo”, afirma Arendt en La condición humana.
3.La vida activa
Aunque en Sócrates el pensamiento estaba orientado a la acción, en la historia de la filosofía, desde Platón y Aristóteles se ha considerado que lo propio del filósofo es el pensamiento, la vida contemplativa (el pensamiento aislado del mundo) frente a la vida activa (aquello que hacemos). Este enfoque ha dado lugar a una falta de reflexión sobre la vida activa, que Arendt entiende como condición de la contemplación.
Para comprender el mundo, es necesario estudiar detenidamente la vida activa, que puede dividirse, según Arendt, en:
*Labor: pertenece a la esfera privada y es la actividad encaminada a satisfacer las necesidades básicas para la supervivencia, y el resultado son los bienes de consumo. Es el homo laborans.
*Trabajo: pertenece también a la esfera privada y se corresponde con el dominio de la naturaleza para la fabricación de un mundo artificial, de cosas que no se consumen, pero son útiles para el desarrollo del ser humano. Es el homo faber.
*Acción: consiste en la interacción política, es la actividad específicamente humana y pertenece a la esfera pública, porque mediante la acción nos relacionamos con los otros seres humanos y desarrollamos el mundo común, al que nos incorporamos. “la acción- afirma Arendt en La condición humana-, a diferencia de la fabricación, nunca es posible en aislamiento: estar aislado es lo mismo que carecer de la capacidad de actuar. La acción y el discurso necesitan la presencia de otros no menos que la fabricación requiere la presencia de la naturaleza para su material y de un mundo en el que colocar el producto acabado. La fabricación está rodeada y en contacto con el mundo; la acción y el discurso lo están con la trama de los actos y palabras de otros hombres”.
Actuar es tomar iniciativas, comenzar algo. Sin acción, el ser humano no es reconocido como tal por los otros. La acción es imprevisible, (no se pueden predecir las consecuencias que puede desencadenar una acción hasta el final), de ahí que no tengan sentido aquellas teorías políticas que pretenden ser predictivas. Es además irreversible, puesto que una vez iniciada no es posible volver atrás; por esa razón exige prudencia y responsabilidad. La acción (o la omisión, que sería otra forma de actuar) exige asumir las responsabilidades que supone, los riesgos y las consecuencias, sin que la buena voluntad o el respeto al deber kantianos sirvan de pretexto. En la acción se muestra- mediante la palabra, el discurso- la pluralidad de perspectivas del ser humano, la identidad de cada individuo. El ejemplo por excelencia es la polis griega, donde el ágora era el lugar de la acción, de la vida activa, de la comunicación entre iguales y la conformación de la vida política. La acción instituye el poder (entendido como formación de una voluntad común) desde la libertad y la pluralidad. Precisamente la pérdida de poder político así entendido se ha convertido históricamente en una tentación para reemplazar el poder por la violencia.
La tendencia histórica a considerar superior la vita contemplativa y menospreciar la acción se invierte en la época moderna, cuando la ciencia y la tecnología hacen triunfar al homo faber. En el proceso de fabricación, el fin justifica los medios, todo es instrumento para conseguir un objetivo. Así, el homo faber devalúa todo, porque todo es un medio para el uso humano.
Arendt alerta de la fragilidad de la condición humana. El hombre moderno es el homo faber alienado por el consumismo, uniformizado, convertido en “hombre masa” en una sociedad atomizada de individuos aislados que se aleja de la política. Todo ello significa que la sociedad de masas alimenta elementos totalitarios que amenazan la existencia de la política incluso en sociedades organizadas democráticamente. La conclusión- basada en las propias características de la condición humana- es la necesidad de garantizar el espacio público y de entender la política como diálogo.
4.La banalidad del mal
H. Arendt recibió en 1961 el encargo de la revista americana New Yorker de informar en una serie de reportajes desde Israel del proceso contra Adolf Eichmann, considerado uno de los grandes criminales de guerra de la historia y responsable de aplicar la llamada “solución final” para el exterminio de judíos en los campos de concentración alemanes. El resultado del análisis de este proceso es su libro Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (1963).
A. Eichmann (1906-1962) fue teniente coronel de las SS y uno de los principales organizadores del holocausto judío. Consiguió huir a Argentina después de la Segunda Guerra Mundial. 12 años más tarde, en 1957, fue secuestrado por los servicios secretos israelíes y trasladado a Israel. Allí fue juzgado en 1961 por crímenes contra la humanidad. El libro de Arendt provocó gran rechazo, especialmente entre los judíos, por considerar que el concepto de “mal banal” venía a comprender o justificar la mentalidad nazi. Además, Arendt puso de manifiesto las irregularidades cometidas durante el juicio y- lo que era aún más grave- la responsabilidad de los Consejos judíos que colaboraron con los nazis en los países ocupados.
El jurado le sentenció a muerte y fue ejecutado en la horca el 1 de junio de 1962.
En esta obra, Arendt abandona el concepto de “mal radical” e introduce el de “mal banal”. El concepto de mal radical aparece en Kant que lo define como la inclinación a no atender a los imperativos morales de la razón, y por tanto supone hacer el mal sabiendo lo que está moralmente mal y desobedeciendo al imperativo categórico. Un individuo es radicalmente malvado cuando sigue con determinación las máximas que descartan el bien.
Para Arendt, Eichmann no era un sádico o un monstruo, sino justamente un hombre corriente, un hombre masa producto de la burocracia totalitaria, superficial, un hombre incapaz de pensar, sin convicciones, que se expresaba en un lenguaje burocrático y con frases hechas, incapaz de tener criterio propio ni de asumir responsabilidad personal. En su defensa, Eichmann alegó que cumplía órdenes y que realizaba eficientemente su trabajo de transportar judíos a las cámaras de gas. El holocausto judío fue posible, según Arendt, por la complicidad de millones de personas que ejercieron el “mal banal” de obedecer sin pensar.
El concepto de “banalidad” aplicado al mal le valió duras críticas, por considerar que trivializaba la cuestión del totalitarismo. En realidad, la pretensión de Arendt no es relativizar la responsabilidad de Eichmann, sino mostrar que su maldad era la de un hombrecillo insignificante que cumple órdenes sin preguntarse por su sentido. Se trataba de evitar que los crímenes del totalitarismo se explicasen como algo monstruoso que escapaba a la condición humana, cuando lo realmente monstruoso era su normalidad, una normalidad que “resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas”. El hecho de considerar demoníaco el mal implica alejarlo de la condición humana y convencernos de que no nos concierne personalmente”.
De hecho, Arendt considera a Eichmann culpable de no haber sido capaz de pensar, de juzgar por sí mismo, de no ejercer su libertad de decir “no”, y en consecuencia debe ser condenado. Rechaza la idea de culpa colectiva aplicada al nazismo, porque “donde todos son culpables nadie lo es”. Millones de personas, entre ellas los propios judíos que se dejaron llevar a la muerte o aquellos que negociaron con el gobierno nazi, renunciaron a su facultad de juzgar y ejercieron un mal banal que les hizo cómplices del holocausto. La propuesta moral de Arendt consiste, no en la búsqueda de la verdad, sino en la lucha contra la indiferencia y el conformismo, en la integridad moral y el juicio propio, sin escudarnos en la “culpa colectiva”.
5.El peligro de las utopías
La acción humana es aquello que nos define ante los otros y es imprevisible, por lo que el futuro también lo es. A lo largo de la historia se han planteado diversas propuestas para evitar esta incertidumbre y dirigir la vida humana hacia una utopía política que funcionaría- en teoría- como una sociedad perfecta. La República de Platón es un ejemplo claro de este tipo de utopías: el diseño de una organización social ideal. Para dirigir la acción humana, estas utopías necesitan hacer desaparecer la esfera pública, la política, y con ella la libertad del individuo: la capacidad de actuar y de expresar su pensamiento, es decir, lo que le hace humano. No hay ya entorno social que permita a las personas interactuar en una esfera común, porque el resultado sería imprevisible y no se cumpliría el “ideal” diseñado.
Las utopías siguen el modelo que Arendt ha denominado de “fabricación”, en el que cualquier medida se justifica- la manipulación, la violencia- como medio eficaz para alcanzar el fin. Platón no pudo llevar a la práctica su República, y tampoco lo ha hecho ninguna otra utopía, a pesar de los intentos del nazismo y del comunismo en el siglo XX, porque inevitablemente se enfrentan a la condición humana en sí misma. A pesar de las críticas que pueden hacerse a los regímenes democráticos, H. Arendt aboga por la democracia como el sistema político que permite una esfera pública en la que los seres humanos puedan actuar y pensar libremente.
(Roger Corcho Orrit y Rosario González Prada. 2 Bachillerato. Historia de la Filosofía. Editorial Anaya. Madrid. 2023)