1.Las gafas violetas
Este es una metáfora feminista que nos ayuda a ver la realidad sin la miopía de los prejuicios. Con estas lentes revelamos las desventajas, las situaciones injustas, el menosprecio, las desigualdades y todas las formas de violencia contra las mujeres que no somos capaces de ver.
Ponte las gafas moradas y hagámonos preguntas sobre aquello que damos por sentado. Imagínate entrando en una clase de primaria y preguntando al alumnado: ¿los tacones son de chicas o de chicos? ¿Y el maquillaje? ¿Las faldas? ¿Los colgantes? ¿El pelo largo? ¿El color rosa? Si estuviéramos en esa situación, no hay duda de que una mayoría diría con rotundidad que todas esas cosas son de mujer. No es de extrañar, ¿quién protagoniza los anuncios de todos estos productos en la televisión, en los medios de comunicación, en las revistas? Sin embargo, ¿para qué sirven nuestras lentes si no es para dudar de lo que vemos a simple vista?
Si no usáramos nuestras gafas, podríamos aceptar que ciertas prendas o accesorios son femeninos o masculinos; pero, con ellas puestas, tenemos que ponernos en modo riguroso. Pensemos en Luis XIV, el Rey Sol. A este monarca francés, que tenía fama de ser un caballero muy “masculino”, no solo le gustaba llevar pelucas y preciosas joyas que podríamos encontrar en tiendas muy actuales, así como un maquillaje muy elaborado que nada tendría que envidiarle a las Kardashian o a cualquier influencer de cosmética.
Durante siglos y siglos, desde el Antiguo Egipto incluso, usamos pelucas, maquillaje, faldas, túnicas… En un momento de la historia las cosas cambiaron, lo que nos indica que no hay ropa, ni accesorios, de chicas y de chicos: hay modas que dictan su uso. ¡Pero nada de eso es obligatorio!
¿Te acuerdas de aquel reto de TikTok que invitaba a los chicos del instituto a llevar falda a clase? Cuando un alumno compartió a través de las redes que lo habían mandado al psicólogo del instituto simplemente porque un día eligió llevar falda, levantó una ola de solidaridad. El 4 de noviembre de 2020 cientos de chicos salieron de casa con una falda para demostrar que la ropa ¿no es de tías ni de tíos!
2.El género
Es el conjunto de características y comportamientos que cada sociedad asigna a cada uno de los sexos. Su influencia se extiende a lo largo de toda nuestra vida. En nuestras sociedades reconocemos tradicionalmente dos sexos biológicos, hembra y macho, y dos géneros, femenino y masculino. El género es algo que tenemos profundamente interiorizado. Tiene que ver con las creencias familiares y sociales que definen la masculinidad y la feminidad, generalmente antes de nacer; son las expectativas de nuestra familia, de cómo seremos y qué haremos en la vida en caso de ser niñas o niños.
La teoría feminista usa el concepto de género para nombrar todo el sistema de preferencias, gustos, comportamientos y roles que se nos asignan según nuestro sexo, nuestra genitalidad. La cárcel del género comienza a funcionar incluso antes del nacimiento. ¿Habéis visto en TikTok las fiestas de revelación de género donde parejas descubren el sexo del bebé con humo rosa para las niñas y azul para los niños? Las personas adultas transmiten diferentes expectativas en función del sexo del futuro bebé. “¿Va a ser niña? ¡Qué ilusión! Una princesa en casa, seguro que es tan guapa como la madre. ¡Futuro papá, vete preparando la escopeta, que la niña os va a salir guapísima! Por otro lado… “¿Vas a tener un niño? ¡Ojalá salga futbolista, gane dinero y nos saque de pobres!”. Pero qué niño más bonito, que cara de golfo, eh… ¿Este niño va a tener muchísimas novias! Estos comentarios son solo un ejemplo, pero la lista es interminable y variada. A lo mejor tú que nos lees te sabes más comentarios en esta línea. Seguro que te han dicho un montón de cosas por el estilo, es más, si piensas un poco igual hasta fuiste tú quien dijo algo similar. ¡Forma parte de nuestra socialización, es decir, de cómo aprendemos a estar en el mundo! Para las niñas, rosa, muñecas, maquillaje; para los niños, azul, balón, pelo corto. Antes de llegar al mundo, ya nos colocan, la mayoría de las veces inconscientemente, una mochila que va a condicionar nuestra forma de entender el universo, que nos hará desempeñar un papel u otro en la sociedad. Y por mucho que la generación Z ya haya tenido catálogos de juguetes un poco más variados, con niños y niñas jugando con variedad de juguetes, ¿a que en los juegos de la Tablet sigue habiendo categorías de niños y niñas? Y nuevamente ahí los estereotipos de género. Para ellos juegos de pelear y de coches y para ellas de cuidar y de ponerse guapas parala fiesta. Queda trabajo aún para deshacernos de tanto género…
Una muy buena manera de detectar la fuerza del género es la técnica de la inversión, de “darle la vuelta”. Por ejemplo, en Caperucita Roja, ¿qué pasa si tenemos un caperucito, un abuelo enfermo, una loba feroz…y así sucesivamente? ¿Cambia el cuento? Si algo te empieza a sonar raro en el relato, está clarísimo, hay sexismo. ¿Imaginamos un Ceniciento perdiendo un zapato? ¿Un Blanconieves haciendo la comida para siete enanitas? Trasládalo a todas las situaciones de las que sospeches: anuncios, programas de televisión, comentarios de profes…¡No falla!
Un análisis similar a través de diferentes culturas y períodos históricos enterrará muchos de nuestros prejuicios y demostrará que el género es una construcción social. ¿Sabías, por ejemplo, que el primer pendiente encontrado se remonta al año 3000 a.C. y pertenecía probablemente a un guerrero? Se cree que la cultura persa consideraba que los pendientes ayudaban en la lucha y en su sociedad eran los hombres quienes los llevaban. Actualmente, cada vez es más habitual que las familias decidan no perforar las orejas de las niñas al nacer y esperar a que tengan la edad suficiente para elegir si quieren o no hacerlo. Al mismo tiempo, cada vez es más frecuente que muchos chicos decidan ponerse pendientes.
Lo que se considera propio de uno u otro sexo cambia. Esto es lo que significa decir que el género es una construcción social. El patriarcado impone ciertas diferencias y construye sobre ellas desigualdad. Relaciona a las mujeres y todo lo que se considera femenino como una posición de inferioridad y sumisión.
3.El patriarcado
La supremacía masculina o patriarcado consiste en una “política sexual” ejercida fundamentalmente por el grupo de hombres sobre el grupo de mujeres. Este mecanismo de poder establece una jerarquía en la que los hombres ocupan posiciones de poder y las mujeres están subordinadas a ellos.
Patriarcado es que en el parque, si eres niña, nadie te escoja de primera en su equipo de fútbol; es que avises cuando llegues a casa de alguien y que haya drama asegurado si el móvil se apaga y no puedes enviar a casa el mensaje de “ya llegué”; patriarcado es que todo el mundo vea lógico que si te echas novio dejes de pasar tiempo con tu pandilla de toda la vida como si fuera algo natural; patriarcado son las listas de clase en las que se puntúa a las chicas del 1 al 10, fragmentándolas (tetas, culo, cara, piernas…); el patriarcado es que hayamos normalizado las fotos de Instagram donde las influencers modifican con Photoshop sus cejas, tobillos, ojos, labios, arrugas, caderas, piernas, culo, vientre, pelo y un larguísimo etcétera que envía un único mensaje: nada en nosotras está bien; patriarcado en que lleves el apellido de tu padre primero; patriarcado es que no haya mujeres en los puestos jerárquicos dela Iglesia o del Ejército; patriarcado es que seas el único chico en la clase de baile; patriarcado es que escuches que te llaman “marica” en el patio si no juegas al fútbol; patriarcado es que cualquier orientación sexual no hetero se utilice hoy en día como un insulto; patriarcado es que como chico te avergüence cuando llega el momento de mostrar ternura a tus amigos en forma de abrazos, besos o diciendo te quiero; patriarcado es lo que hace que los chicos se rían de los chistes que violentan a las mujeres por miedo a no ser considerados los suficientemente hombres…Seguro que tú estás pensando en varios ejemplos más.
La lista es infinita porque el patriarcado está detrás de todas estas opresiones y muchas otras más. Es el enemigo que el feminismo reconoció para combatir todas y cada una de estas situaciones injustas. Es la certeza de que el patriarcado es una construcción histórica y social y, por tanto, algo que se puede cambiar y sustituir por un modelo justo e igualitario.
El poder del patriarcado es que a fuerza de hacerse normal se ha vuelto invisible. Por eso pensamos que el patriarcado no nos afecta, pero en realidad abarca todos los sectores. Hoy en día, el 100% del poder religioso está en manos masculinas. Si miramos hacia el poder militar, encontramos que es de los hombres. Según el Banco Mundial, aproximadamente el 98% del poder económico mundial está en manos de hombres y, dependiendo de la zona del mundo en la que nos fijemos, entre el 100% y el 80% del poder político es masculino. España es un ejemplo de ese desequilibrio. A pesar de que las mujeres somos algo más del 50% de la población, ninguna mujer ha ocupado el cargo de presidenta e, incluso cuando hemos alcanzado el máximo histórico de paridad en el Congreso, no hemos conseguido llegar al 50% quedándonos en el máximo histórico del 46,9%.
La desigualdad está tan arraigada que no vemos que las mujeres, que somos la mitad de la humanidad, no estamos representadas en igualdad de condiciones en ninguna esfera de poder. Estas asimetrías cambian a lo largo del tiempo, de las sociedades, y pueden ensancharse o estrecharse, pero en cualquier cado siguen existiendo. La filósofa Alicia Puleo distingue dos tipos de patriarcados: los de coerción y los de consentimiento.
Los patriarcados de coerción son los más difíciles de distinguir. Son aquellas sociedades en las que la desigualdad entre hombres y mujeres está estipulada en sus propias leyes, normas, sanciones, etc. Un ejemplo de este tipo sería Arabia Saudí, donde hasta 2019 las mujeres no tenían derecho a conducir, o la España del franquismo, donde se necesitaba la autorización previa de un hombre para obtener el DNI o abrir cuenta bancaria.
Por otro lado, los patriarcados de consentimiento son aquellos en los que la igualdad está reconocida en el marco jurídico, pero las situaciones de desigualdad siguen dando de facto. España hoy es un patriarcado de consentimiento porque la igualdad está ratificada en las leyes. Desde el punto de vista legal, hombres y mujeres somos iguales. Gracias a los avances, en gran medida impulsados por la histórica lucha feminista, no pueden encarcelarnos o matarnos por no cumplir con los roles de género establecidos, como ha sucedido en la pasado o sigue sucediendo en otras geografías. Sin embargo, el patriarcado cuenta con otros mecanismos para seguir imponiendo sus mandatos. Nos convencen de seguir manteniendo determinados papeles asignados por el mero hecho de identificarnos como hombres o mujeres. Para ellos, utilizan métodos diversos y sutiles, difíciles de detectar por la fuerza de la costumbre.
4.El feminismo
El feminismo es una forma de ver el mundo, un pensamiento político transformador que lleva al activismo, a la acción para cambiar el estado de las cosas. Tiene al menos tres siglos de historia, con mucha investigación y teorización, montones de libros y publicaciones en los que se sustentan los más diversos trabajos de política, economía, filosofía, ciencias, derecho, etc. La idea principal es que la igualdad entre los seres humanos es necesaria para que exista la justicia, porque no puede haber una verdadera democracia sin garantizar la igualdad entre hombres y mujeres.
Como decía Simone de Beauvoir “el feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”; por eso, ser feminista requiere un profundo trabajo personal. Implica remover los pilares sobre los que nos hemos ido construyendo. Al mismo tiempo que hacemos este trabajo de introspección y autocrítica, tenemos que darnos cuenta de que “lo personal es político”. Aquello que te chirría, que te duele o te limita, está afectando también a otras personas. El feminismo proporciona herramientas para juntarse, luchar conjuntamente y apostar por la dignidad.
Hay que prestar atención porque, aunque pueda parecer que el machismo ya no vende como antes, sigue funcionando de forma muy sutil. Incluso a veces ocurre que, sin darnos cuenta, tanto hombres como mujeres estamos comportándonos de forma sexista cuando menos lo pensamos. Por eso, el feminismo desvela y denuncia las artimañas del patriarcado, cada vez más sofisticadas.
Veamos algunos de los falsos mitos que rodean al feminismo. Por ejemplo, que “el feminismo es lo contrario al machismo” o que “las feministas odiamos a los hombres”. Nada más lejos de la realidad. Exigir igualdad de trato, salarios justos o una vida libre de violencias no tiene nada que ver con pedir que los hombres tengan menos derechos, sean oprimidos o estén al servicio de las mujeres. Las feministas se oponen al machismo como idea de superioridad (física, intelectual y moral) de los hombres sobre las mujeres. No buscan terminar con los hombres, sino con el patriarcado. Existen muchos prejuicios que nacen del miedo y del desconocimiento. “Son unas histéricas, amargadas, rencorosas, agresivas, fanáticas, brujas…” Incluso hay gente en las redes sociales que llaman a las feministas “hembristas” o “feminazis”. ¡Como lo oyes!¡Comparan el feminismo con el nazismo! Como dice Patricia Sornosa en sus monólogos: “Cuál es el holocausto feminazi? ¿Hombres planchando sus propias camisas?
Es curioso que el feminismo reciba semejantes acusaciones teniendo en cuenta que es la única revolución que no tiene muertos a sus espaldas. Aunque la mejor arma contra estas absurdas acusaciones puede ser la risa, no olvidamos que se trata de un intento de ridiculizar las reivindicaciones de un movimiento del que dependen la vida de muchas mujeres y la conquista de derechos democráticos que debemos defender con uñas y dientes.
Quienes piensan que el feminismo propone una guerra entre los sexos se equivocan. No se trata de una batalla entre hombres y mujeres. Las feministas no pretendemos vengarnos de nada ni queremos ocupar lugares de superioridad, mucho menos buscamos ejercer las mismas prácticas de poder y de violencia que hemos sufrido las mujeres por el simple hecho de serlo. Cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede. La igualdad del feminismo hace precisamente hincapié en que la igualdad se construya desde la adquisición de derechos de las mujeres, como justicia con la mitad de la humanidad. Como diría Angela Davis el feminismo es defender la idea radical de que las mujeres somos personas.
Las feministas, muchas veces, resultamos molestas porque transgredimos el sistema social imperante. Las mujeres somos las que sufrimos el machismo en nuestra piel, y por eso a lo largo de la historia nos hemos organizado y hemos luchado para acabar con nuestra opresión. ¿Significa esto que los hombres no pueden ser feministas?
Si vienen los últimos años se ha usado la palabra aliado feminista para designar a aquellos hombres históricamente llamados feministas, lo fundamental es destacar que ha habido hombres que desertaron del machismo en muchas épocas, luchando con las mujeres para conseguir derechos tan importantes como el sufragio femenino y, por supuesto, sin querer acaparar el protagonismo femenino. Muchos de estos hombres recibieron burlas por colocarse a nuestro lado. Pero los hombres feministas, orgullosos traidores del patriarcado, siempre han tenido claro que la igualdad no solo beneficia a las mujeres, sino a toda la sociedad. El feminismo tiene que ser un afán compartido, no puede recaer exclusivamente sobre nuestros hombros.
Las personas feministas exigen cambios en todos los ámbitos: educación, economía, política, deporte, trabajo…Feministas somos quienes trabajamos para desaprender la mirada machista que lo inunda todo y en su lugar coloca otra forma de hacer y de mirar, valorando los cuidados y viviendo los afectos desde la igualdad.
5.Machiruladas
Hay actitudes y comportamientos de la masculinidad hegemónica que nos molestan especialmente:
a) Manspreading
Los hombres tienden a abrir las piernas e invadir el espacio de las mujeres, por ejemplo, al sentarse en el transporte público. Es una representación más de la apropiación del espacio público, como suele ocurrir en los patios de recreo cuando son ocupados por niños que juegan al fútbol mientras las niñas se quedan relegadas en los márgenes.
b) Manterrupting
Fenómeno que consiste en la interrupción de un hombre en el discurso de una mujer. Esta forma tan normalizada de violencia no necesita escenarios concretos: puede ocurrir en reuniones de trabajo o en conversaciones informales. Aunque pueda parecer inofensivo, el manterrupting es una forma de recordar a las mujeres que el discurso no les pertenece, que lo que dicen no tiene valor y, por tanto, puede ser interrumpido.
Según un estudio de la Universidad de Harvard, en clases de Derecho la participación masculina llega a ser un 144% mayor que la femenina. Un estudio reciente reveló que los hombres interrumpen un 23% más a las mujeres que a otros hombres. Por último, investigaciones de la Universidad de Princeton afirman que los hombres dominan el 75% de las conversaciones en reuniones de negocios.
c) Mansplaining
Hablamos de la tendencia, que tanto molesta a las mujeres, de que algunos hombres nos expliquen las cosas de forma paternalista y condescendiente, incluso cuando se trata de temas en los que somos expertas. Este fenómeno se conoce como mansplaining.
d) Bropropiating
Describe la situación en la que un hombre se apropia de la idea de una mujer (normalmente en el ámbito laboral, pero no solo), atribuyéndose el mérito de esta. Se trata de situaciones rocambolescas en las que las mujeres observamos cómo, tras nuestra intervención, un compañero repite con otras palabras, y a veces ni eso, la misma idea que nosotras. No estás loca, eres víctima del famoso bropropiating.
Estas machiruladas son a menudo inconscientes, pero esto no puede ser una excusa para no detenerla y asumir la responsabilidad de cambiar estos comportamientos. Para revertir estas situaciones, necesitamos que los hombres también repiensen su socialización, cómo se mueven por el espacio público, y cómo aprenden la autoconfianza en base al dominio sobre las mujeres.
6.El cuerpo: un campo de batalla
Para encajar en expectativas ajenas, nos ponemos en guerra contra nosotras mismas. Convertimos nuestro cuerpo en un campo de batalla. Solo hay que pensar en el tono bélico con el que se nos habla: combate la celulitis, ataca las zonas rebeldes, elimina las arrugas, lucha contra esos kilos de más, frena la grasa, desafía la flacidez…¿Nuestra favorita? Las cremas antiedad. Pensemos un momento en la locura del concepto antiedad. ¿Sabes qué es lo único que sí frena la edad? ¡Morirse!
La presión sobre el cuerpo es tal que, incluso en peno confinamiento, lo que más miedo parecía dar en redes era ganar peso. Devoramos vídeos de ejercicio físico para disciplinar nuestro cuerpo, no para cuidarlo, no para cuidar nuestra salud mental, sino por odio y desprecio hacia él.
Existe toda una industria que gana mucho dinero a costa de hacernos inseguras, como las empresas de cosmética, los productos dietéticos, la gimnasia especializada, la cirugía plástica, la moda, etc. Viven de la falta de autoestima de mujeres programadas en el autoodio. Nos convertimos en competidoras entre nosotras, queremos ser “la más guapa” o, por lo menos, no “la más fea”.
Convivimos con la culpa, con la frustración, con el sacrificio y la penitencia: dietas para la operación bikini, ayunos intermitentes, batidos milagrosos… Naomi Wolf, en El mito de la belleza, decía: “Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres; está obsesionada con su obediencia. La dieta es el sedante político más poderoso de la historia de las mujeres; una población tranquilamente loca es una población dócil”.
Todo ello produce prejuicios, tanto corporales como emocionales, que a veces desembocan en patologías graves como la anorexia y la bulimia, así como otros trastornos de distinto grado. Además de los daños personales o individuales que podamos sufrir, el filósofo Foucault nos advirtió de que el cuerpo tiene también una dimensión social, cultural y política en la que el poder actúa para someternos.
Debemos ser conscientes de que los memes o los vídeos de TikTok pueden afectarnos. No pasa nada por admitir que ciertos chistes duelen, borrar las redes cuando no podemos soportar el bombardeo de mensajes tóxicos o dejar de seguir algunos perfiles y sustituirlos por nuevas cuentas body positive. De la misma manera, también podemos crear contenidos que celebren nuestros cuerpos y alimenten nuestro amor propio. Podemos ser parte del cambio, ejemplo de buenas prácticas.
7. La depilación
Cuando en 1999 Julia Roberts acudió al estreno de Notting Hill con las axilas sin depilar fue un escándalo. En aquel momento, mucha gente se preguntó cómo era posible que una estrella de Hollywood permitiera que la viéramos así. Afortunadamente, hemos avanzado mucho y está claro que cada mujer hace con su belleza corporal y sus pelos lo que le da la gana…¿o no tanto?
Lo cierto es que la publicidad sigue mostrando cuchillas de afeitar que rasuran piernas ya depiladas o donde se afirma con naturalidad “no puedo ir a la fiesta de la playa porque no me he depilado”. ¡Tenemos tan normalizado el mensaje que no nos sorprende! También es cierto que hoy en día hay chavales que optan por depilarse, pero ¿ te imaginas a alguno de ellos diciendo que no va a la playa porque no ha tenido tiempo de depilarse bien?
La higiene es otro de los argumentos que se esgrimen a favor de la depilación. Sin embargo, el pelo es una barrera natural que brinda cierta protección. Además, si los pelos fueran tan antihigiénicos, ¿por qué no nos afeitamos también la cabeza y las cejas? Es más, en cabezas, cejas y pestañas, la obligación es la de ponerse más pelos: extensiones, pestañas postizas…
Muchas mujeres dicen que “lo hacen porque quieren”, pero vivimos en un mundo en el que fuimos educadas en el mandato de complacer a costa de negar la naturaleza de nuestro cuerpo: sin vello, sin celulitis, sin estrías…Esto nos hace pensar: ¿podemos considerarnos completamente libres cuando desde la infancia recibimos mensajes constantes acerca de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es normal y lo que no lo es? La libre elección es muy relativa, sobre todo si tenemos en cuenta que el patriarcado y el capitalismo nos adoctrinan para tener un cuerpo concreto, un cuerpo normativo. Si no existieran estas opresiones, ¿de cuántas horas dispondríamos para dedicarlas a otras actividades y cuánto dinero ahorraríamos? ¿De cuántos complejos nos libraríamos?
Hay mujeres que se resisten a la imposición de la depilación. Amaia Romero, ganadora de Operación Triunfo 2018, se pintó los pelos de las axilas que una revista decidió borrar unilateralmente con Photoshop. Gestos como este o sus apariciones públicas en que muestra su cuerpo sin depilar provocan constante polémica en las redes e innumerables artículos de prensa. Esta revisión permanente es un termómetro que indica cómo se nos vigila cada vez que desobedecemos la tiranía de la belleza.
A las mujeres todavía no se nos permite tomar decisiones libres sobre nuestro propio cuerpo: se nos señala, se nos desprecia e insulta. Incluso cuando somos conscientes de que estas imposiciones no son justas, no siempre somos capaces de asumir la sanción social que acarrea su incumplimiento. Sabemos que tendremos que enfrentarnos a muchas miradas y comentarios de desaprobación. Es muy difícil dejar de hacer algo que en el pensamiento colectivo es lo correcto, por eso las mujeres pasan por diferentes estadios de un mismo proceso de emancipación y empoderamiento hasta llegar a la liberación. ¡No siempre somos capaces de dejar atrás los mandatos!
¡Ojo! No estamos diciendo que sea más feminista la que no se depila, ¡no! Cada una es libre mientras sepa y pueda romper estas convenciones sociales, aunque sea poco a poco. Como dice Celia Amorós, filósofa feminista: “El feminismo no le dice a nadie lo que tiene que hacer individualmente, sino que explora las causas que nos llevan a tomar esas decisiones individuales”. Podemos ir dando espacio a otros relatos, otras formas de habitar el cuerpo que sean más amorosas con nosotras mismas, o al menos más tolerantes, poniendo menos énfasis en la imagen corporal.
8.Placer femenino
Si retomamos la idea de que la sexualidad tiene que ser igual al placer, nos encontramos con muchas mujeres que se declaran anorgásmicas o, lo que es aún peor, que fingen orgasmos para complacer a la pareja. Algunas son auténticas actrices en la recreación del clímax. Hay una escena mítica de una comedia romántica en la que ella acaba con un organismo en medio del restaurante, cuando él le está diciendo que todas las tías flipan con lo que les hace en la cama. Otro ejemplo en el cine es el concurso de orgasmos falsos en Fake Orgasm. Es la llamada brecha del orgasmo, que pone de manifiesto las enormes diferencias entre hombres y mujeres en torno a la satisfacción sexual.
Pero ¿qué podemos esperar de una sociedad que “mutila” el clítoris en la cabeza de las niñas? El clítoris casi no existe en la representación del cuerpo femenino, el protagonismo lo tiene el “receptáculo del pene”, la vagina. Con todo, las niñas y las mujeres deben saber que el clítoris es el único órgano del cuerpo humano destinado exclusivamente al placer y que es importante hablar de lo que nos gusta, hablar de cómo estimularnos y cómo complacernos.
Experimentar con nuestro cuerpo, enamorarnos de él, es fundamental para disfrutar de nuestra capacidad erótica. Y, para ello, también tenemos que “darnos permiso”, porque la cultura nos ha negado esta dimensión vital durante siglos. Hasta hace muy poco, la exploración de nuestros cuerpos se consideraba pecaminosa o perversa, y esta idea estaba tan arraigada en las conciencias que todavía produce cierta culpabilidad. La potente campaña publicitaria del Satisfyer ha hecho visible que las mujeres también pueden consumir placer. Este juguete sexual, que no se introduce en ningún sitio, hecho específicamente para nosotras, entró en la agenda y nos tuvo a todo el mundo hablando sobre la masturbación femenina.
9.La cultura de la violación
¡Sin arcada, no hay mamada! (dice un perfil de Twitter con cientos de followers”; “¡Está muy buena, la violaba!” (cada día tres mujeres denuncian una violación en España); “Hoy follamos, mañana juicio” ( en los últimos cinco años se han contabilizado 274 casos de agresiones sexuales múltiples); “Chupa y calla” ( el mensaje de una camiseta que normaliza y erotiza la violencia sexual); “Si bebes y vas a la casa del tipo, luego no te quejes de lo que te pase”(si las víctimas han bebido, la sociedad considera que fueron irresponsables, que buscaban de alguna manera lo que pasó; a los violadores el alcohol parece eximirles de responsabilidad); “Es que ya no se puede hacer un comentario de nada, ¡ofendiditas! (dicen precisamente quienes se ofenden cuando reclamamos que normalizar y justificar la violencia contra las mujeres forma parte del problema); “¿Cómo ibas vestida? ¿Llevabas minifalda?” (pregunta un policía cuando estás denunciando una violación. ¿Preguntan lo mismo en los casos de robo? ¿Preguntarían acaso si incitaste de alguna manera a un ladrón para que te robase?).
Todos estos lugares comunes conforman la cultura de la violación. Es el compañero de clase que te llama “frígida” en la excursión de fin de curso porque no quieres dormir con él (“¿No ves cómo me pones?”). Es quien sospecha de las víctimas y se llena la boca hablando de “denuncias falsas”. Son quienes ríen de la supuesta necesidad de firmar un contrato antes de mantener relaciones sexuales, pero ignoran que su novia sufrió una agresión cuando estaba en 1º de ESO. Es quien no ve agresión en que el hombre se quite el condón sin avisar, los que intentan minimizar las consecuencias de la coacción emocional; los que insultan a las chicas, en el mundo de los videojuegos, con el apodo misógino de “chupamandos”; quienes nunca admitirán que su amigo o los hombres a los que admiran puedan ser abusadores o agresores. Somos cualquiera diciendo que “a mí me parece todo un poco raro, yo nunca le vi hacer nada de eso”.
Últimamente la reacción patriarcal contra los logros en igualdad y la presencia social de las feministas y los colectivos LGTBIQ+ es exagerada. Se están dando agresiones, tanto físicas como a través de las redes sociales, con intención de intimidar y desempoderar, acompañadas de apodos popularizados como feminazi. La actriz de Élite, Esther Expósito, hizo una sesión de fotos con el titular: “¿Qué pasa si te encuentras a Esther Expósito en un baño?”. Las respuestas fueron frases machistas y degradantes. En Twitter, algunos chavales respondieron: “Algo que no sería legal en 157 países”; “Lo de la Manada se queda corto”, “La violo contra el urinario”. La actriz denunció públicamente la situación diciendo que la parecía repugnante y que el feminismo era necesario, porque, aunque hemos avanzado, el machismo no terminó. ¡Estamos totalmente de acuerdo con ella! Las bromas, las agresiones verbales y las amenazas son el caldo de cultivo de otras violencias más visibles, como la sexual. Tener tolerancia cero con estos comentarios es la mejor prevención para evitar ser una sociedad misógina y patriarcal.
10. Apostamos por la coeducación sentimental
Con gafas violeta hemos descubierto cómo el patriarcado nos quiere princesas e influencers, superhéroes y gamers, en conflicto con nuestros cuerpos y lejos de una sexualidad plena. Ahora sabemos que, cuando no educamos en igualdad, estamos educando en desigualdad. Dicho esto, aunque parezca mentira, la educación afectivo-sexual sigue estando ausente en los colegios e institutos, al igual que la coeducación, que sigue sin integrarse en los proyectos educativos. Es cierto que contamos con maravillosas experiencias puntuales, pero están lejos de ser algo generalizado.
Las inercias son muy peligrosas, porque nos llevan a mantener y reproducir situaciones de desigualdad. La igualdad requiere un empeño consciente, el apoyo de las instituciones y mucha voluntad de cambiar las cosas.
Hay que estimular conciencias críticas y espacios seguros para hablar, y cuestionar todos los mandatos dominantes. A las niñas hay que empoderarlas para que sean críticas con el mensaje que reciben insistentemente: la felicidad consiste en estar guapa, delgada y perfecta; encontrar pareja; formar una familia; ser una buena hija, una buena esposa y una buena trabajadora: en definitiva, ser una superwoman. A los niños tenemos que hacerles ver que tienen mucho que ganar si se quitan la máscara y están dispuestos a soltar el peso de tener que ser “un hombre de verdad”.
Para que ese mundo igualitario que soñamos se convierta en realidad, es vital que el sistema educativo sea ejemplo y faro en la transformación social. Porque coeducar es preparar para la libertad, y para eso tenemos que:
*Fomentar el pensamiento crítico contra el sexismo, desvelar la misoginia y el androcentrismo, y aprender a detectar y combatir el machismo.
*Revisar la masculinidad, deconstruir las formas tóxicas de ser hombre y formular alternativas igualitarias, empáticas y corresponsables que rompan los estereotipos.
*Incorporar el saber de las mujeres mostrando referencias femeninas en ámbitos masculinizados y recuperando y dignificando los ámbitos feminizados, así como recuperando la historia invisibilizada de las mujeres en todas las disciplinas.
*Eliminar el sexismo de los libros de texto y de los materiales educativos: ¡ni textos ni imágenes que perpetúen estereotipos!
*Evitar que la orientación profesional limite las capacidades del alumnado en base a prejuicios sexistas.
*Utilizar un lenguaje no sexista en los carteles, en las celebraciones, en clase y en todo el material escolar.
*Construir en la biblioteca una sección de igualdad, con libros y materiales sobre feminismo, diversidad, educación sexual, etc.
*Vigilar los espacios para que sean igualitarios: patio, biblioteca, gimnasio…
*Colocar nombres de pioneras y referentes femeninas en las aulas como forma de difundir referentes para las nuevas generaciones.
*Incorporar la educación afectivo-sexual en todas las etapas, trabajando el cuerpo, y la autoestima, la asertividad, la sexualidad y la autonomía personal, y llevar el amor a la escuela para aprender a bienamar y construir un proyecto de vida propio.
*Prevenir la violencia de género, alertar del control tecnológico y de la cultura de la violación, sin olvidar el abuso sexual infantil.
*La escuela no puede trabajar sola: tiene que contar con las familias y los medios de comunicación, porque educa toda la tribu.
*¡En definitiva, hacer que la coeducación lo impregne todo!
(Chis Oliveira y Priscila Retamozo. La revolución feminista en las aulas. Comando Igualdad. Editorial Catarata. Madrid. 2022)